Para terminar bien la semana, una entrada sobre conejines. Bueno, más bien sobre Polete y sus cosas.
Paul ha sido un conejo pupas, le ha pasado de todo.
Comparado con Foskito, que no nos dio más que algún problemilla de diarreas,
con Paul hemos pasado un poco por todo. A los pocos días de comprarlo, la
primera vez que le llevamos al vete, ya tosía bastante. La tos en los conejos
suena como a una especie de mezcla entre resoplido y estornudo, porque no
respiran por la boca, sólo por la nariz. El médico nos dijo que podía ser un
catarro o bien
Pasteurelosis, una bacteria que afecta al sistema respiratorio en
principio y que puede ser mortal. Nos quedamos hechos polvo, porque aunque sólo
llevábamos una semana con él, era muy mono y simpático, y ya le habíamos cogido
cariño.
El vete nos recomendó ponerle papel en lugar del lecho (para
que no hubiera polvo) y ponerle un humidificador, para que le fuera más fácil
expulsar la mucosidad. Lo del papel nos duró unos días, porque con él Paul dejó
de usar la esquinera, así que volvimos al lecho. Durante un par de semanas
estuvo tomando un antibiótico, flumil y antiinflamatorio, pero no le hizo
mucho. Después el veterinario probó otras tres semanas con otro antibiótico un
poco más fuerte (que nos costó mucho encontrar), pero tampoco mejoró demasiado.
El vete le hizo una radiografía de tórax (o lo que sea en los conejos XD) para
ver que no había problema con las raíces de las muelas, y que tenía los
pulmones limpios. Según nos dijo, sólo tenía un poco de mucosidad en la parte
superior. Seguimos con el Flumil una semana más y nos dijo que dejáramos de
darle todo, que no parecía la
Pasteurelosis porque no había empeorado, pero que podía
quedarse con una rinitis crónica. Como el conejito ha estado bien en todo
momento, no ha dejado de comer, de jugar, de estar activo y no parecía que se
fatigase, no le dimos más vueltas y no seguimos consultando por ello. A día de
hoy, unos cuantos meses después, ya no tiene ninguna tos, aunque estuvo muchas
semanas con ella. Parafraseando a Enjuto Mojamuto, tal como vino, se fue.
Otra cosa que le ha pasado a Paul “el pupas” es que se le
empezó a caer el pelo en la parte de detrás del cuello y en los laterales, y le
salieron unas calvitas redondeadas. Otra vez le llevamos al vete, que le hizo
un raspado para comprobar que no era sarna porque no tenía ácaros. Así que nos
dijo que eran hongos, lo que generalmente se conoce como tiña. La solución,
Cristalmina un par de veces al día. El problema fue que al aplicárselo en las
calvas, le picaba un montón y se rascaba tanto que llegó a hacerse heridas
después de unos días. Aunque no le dejáramos rascarse y le intentáramos aliviar
el picor, tuvimos que dejar de dárselo todos los días porque lo pasaba fatal.
Al final, le volvió a salir el pelo poco a poco en las calvas y ya
no se le nota nada, tiene la piel y el pelo totalmente normal en esa zona.
Más cosas, que tenemos un conejo que es peor que el Atleti.
Un día estábamos jugando con un palo, con el conejo subido encima de mí, lo
estaba mordisqueando y de repente empecé a ver sangre en mi camisa, por donde
estaba el conejo. Me asusté, el conejo se bajó al sofá (blanco, para más señas) y
lo manchó también de sangre. No era mucha, así que tardamos un poco en
revisarle entero y ver que era de una de las patas delanteras: se había roto la
uña que tiene en la parte de detrás de la pata, lo que sería nuestro pulgar.
Como las uñas de los conejos son vascularizadas (tienen vasos sanguíneos), si
se les rompe alguna suelen sangrar. Es un poco aparatoso y asusta la primera
vez, pero no es grave. Lo primero que hicimos fue ponerle una gasita hasta que
le dejó de sangrar. Luego se lo curamos con agua oxigenada. El problema fue que
no se le partió del todo y se le quedó el cachito de la punta colgando, y no
nos atrevíamos a cortárselo porque parecía que le dolía bastante. Creo que al
día siguiente ya se le había caído y no le sangró más. Se lo seguimos curando
algunos días y le ha vuelto a crecer la uña normal.
Otra cosa que le ha pasado (culpa nuestra) es tirarse de nuestro brazos al suelo, con el consiguiente golpetazo contra el suelo. No nos ha pasado más que un par de veces, porque normalmente es muy tranquilo cuando le cogemos, pero la primera vez que pasó se pegó un buen mamporro y yo pensaba que se había hecho algo. Afortunadamente no se hizo nada, pero nos sirvió para reconocer los gestos que hace cuando algo le duele. En su caso, entrecierra los ojitos, tuerce la cabeza y saca la lengua de la boca repetidamente. Así que cuando se da algún golpe jugando y vemos que hace eso, le revisamos bien para comprobar que no se haya hecho nada, porque significa que se ha hecho daño.
Y, como ya he contado en otra entrada, nos lo hizo pasar un poco mal recuperándose de la anestesia después de esterilizarle. Pero eso no fue culpa suya, pobrecico. Aún así, a pesar de todas las pupas, es una conejo muy alegre y revoltoso, que siempre quiere jugar, correr, escarbar y roer todo, con lo cual si algún día se pone malito de verdad (esperemos que no), se le notará en seguida.
Y esperemos que en adelante nos dé un respiro con las visitas al vete, que estos primeros meses han sido intensos.