No me imagino vivir sin mascarilla. Ni la de pelo ni la del virus XD |
Recuerdo perfectamente estos días de hace un año. Recuerdo ver la pandemia como algo lejano, aunque ya lo teníamos entre nosotros. Recuerdo no poder creer que fueran a cerrar los colegios, y que hablábamos en el parque con los padres de los amigos de Sofía que qué íbamos a hacer con los niños, que no era viable cerrar colegios, aunque en otras comunidades ya lo estaban haciendo. Recuerdo ir a la manifestación del 8 de marzo, ir a un concierto el día anterior (mi último concierto en todo este tiempo), ir a bares llenos de gente sin tener ninguna conciencia de lo que estaba pasando. Recuerdo ir a hacer una compra grande día antes de que cerrasen los coles y estar el súper a reventar, incluso ver a gente comprando con mascarilla y pensar que eran un poco paranoicos. Recuerdo ir a ver a mis padres el día que cerraron los coles e incluso ir a una tienda a comprar ropa. La última que hice esas dos cosas en muchas semanas. Recuerdo a Dani contándome que en su oficina había un caso y que les mandaban a todos a trabajar desde casa.
Y tres o cuatro días después, el confinamiento. Esas semanas que tuvimos que reinventar nuestra vida, que me convertí en madre a tiempo completo, profesora, animadora, cocinera, repostera, inventora de juegos, monitora de gimnasia, cuentacuentos y ermitaña. Esas semanas que creíamos que serían 15 días, aunque en el fondo sabíamos que iba a durar. Esas semanas de agradecer que se me hubiera terminado el contrato y no tener que ir a trabajar en un entorno sanitario. Esas semanas de no poder ver las noticias, de datos de contagiados y de muertos que intentaba no darles mucho sentido. Esas semanas de sentir miedo cuando salía a hacer la compra, al estar en la cola para entrar a supermercado (porque siempre había cola en el supermercado). Esas semanas de cocinar más que en toda mi vida y de hacer los aperitivos el fin de semana en la terraza, para que no todos los días fueran iguales. Esos días de los aplausos a las ocho, aunque nosotros no los practicamos mucho, y de odiar a muerte al vecino que ponía el resistiré a todo trapo todos los p*tos días. Esas semanas en las que empezamos a usar mascarilla, al principio con reticencia y con mucha incomodidad pero que se ha convertido en algo imprescindible en nuestra vida.
Esta pandemia me ha quitado muchas cosas que eran importantes para mí, aunque también me ha enseñado que puedo vivir bastante bien sin ellas. Echo tanto de menos viajar que no quiero ni pensar en ello. Esta pandemia también me ha traído muchas cosas buenas, como que Dani nos cocina sus costillas y su pollo al horno. También he descubierto nuevas aficiones que puedo hacer en casa. He podido pasar muchísimo tiempo con mi hija y mi marido, lo que es lo más importante y lo que más me gusta en el mundo. El verano pasado pude estar sin trabajar y lo disfruté a tope con la chiquinina. También me ha traído mi contrato más largo en la pública (soy adjuntaaaaa), a ver si se convierte por fin en algo estable.
En fin, que hace un año no me podía llegar a imaginar lo que iba a cambiar mi vida. Ha sido un cambio complicado, difícil de digerir, al que nos hemos tenido que adaptar porque no nos quedan más c*jones, pero a veces me tengo que permitir pensar que estoy hasta el mismísimo c*ño de esta situación, de esta pandemia y que no sé si algún día volveremos a tener una vida como la teníamos antes. Me inclino más por pensar que no, que todo ha cambiado definitivamente, pero ojalá no sea así. Ojalá. En general no estoy enfadada ni triste, o más bien superficialmente no lo estoy o no me afecta en el día a día, pero realmente es una pérdida muy grande y una tiene que hacer su duelo. Y, como digo, las cosas buenas de esta situación están ahí, son importantes y son las que me hacen estar feliz y tirar adelante. Pero ojalá no hubiéramos tenido que vivir estos cambios.
Y a ver cómo estamos dentro de un año... Porque en cien años, todos calvos :P
No hay comentarios:
Publicar un comentario