Como alguno sabréis, llevo 27 días con la muñeca escayolada, ya que me la rompí el 20 de agosto haciendo el cabra en el río (sí, cuento los días). En teoría, si todo ha ido bien, este viernes me retirarán la férula al fin. Dentro de tres días y medio, o unas 90 horas, minuto arriba minuto abajo (sí, cuento la horas). Afortunadamente parece que la fractura ha sido muy limpia, sin desplazamiento y según el traumatólogo, casi seguro que no me dará problemas.
Pero estar un mes sin poder usar la mano derecha, siendo diestra, es difícil Y más siendo madre de una chiquinina de cuatro años. No me quiero ni imaginar lo que hubiera sido con una bebé o una niña más pequeña. Ahora que ya no me duele ni me molesta puedo hacer casi de todo, pero al principio no podía ni abrocharme un pantalón.
Dicen que de cualquier experiencia, por mala que sea, se puede aprender algo y estos son mis aprendizajes en estas últimas semanas:
Me cuesta muchísimo dejarme ayudar y pedir ayuda. Esto me lo voy a tener que mirar, porque no me hace ningún bien. No sé por qué me molesta tanto pedir ayuda o no ser capaz de hacer las cosas. Me imagino que tiene que ver con lo difícil que me resulta tener ese sentimiento de incapacidad. Pero viniendo de alguien que se dedica a ayudar a los demás, tiene bemoles que me cueste tanto sabiendo que todo el mundo necesita ayuda en algún momento de su vida.
Relacionado con lo anterior, me cuesta mucho delegar. Esto ya sé que viene de mi perfeccionismo y mi necesidad de control. Intento ser más tolerante con la incertidumbre y cada vez tengo más claro que mi forma de hacer las cosas no es ni la única ni la mejor. Poco a poco.
La chiquinina es mucho más autónoma de lo que me imagino. Nada como la necesidad para dar un empujón y hacerla crecer un poco de golpe. Aquí también tendré que hacer yo el esfuerzo de no hacerle las cosas cuando ya esté bien, porque para ella es mucho más cómodo.
Se me da muy bien manejarme con la izquierda. Pensaba que era mucho más negada con esta mano, pero a día de hoy puedo hacer casi todo con la izquierda, menos escribir. Se me da muy bien comer e incluso cocinar cosas fáciles.
Lo que peor llevo es no poder peinarme y no poder conducir. Nadie en mi entorno cercano tiene el pelo largo, así que no puedo pedir nada más allá de una coleta. Qué ganas tengo de poder recogerme el pelo en condiciones. Y de no depender del transporte público si no me apetece cogerlo.
La fotografía se ha convertido en mi afición favorita. He podido hacer fotos estas semanas con el móvil (y menos mal, porque he tenido un par de proyectos en marcha), pero echo de menos coger la réflex y salir a hacer fotos. Me ha dado mucha pena no poder seguir buscando los tesoros de La Vuelta al Mundo y tener que conformarme con los que ya tenía, pero al menos he podido terminarlo.
Se puede ir a la piscina con escayola. No es que me haya metido a nadar, pero con Dani trabajando y la chiquinina aún de vacaciones, quedarme en casa con ella no era una opción. Encontré en Amazon una funda que es como un gorro de piscina para el brazo, y en vez de meterme me quedaba sentada en el borde mientras la chiquinina se bañaba. También la he usado para ducharme y es verdad que es completamente estanca. Una ayuda para que el final del verano no haya sido tan terrible.
Si te rascas es peor. Los primeros días me molestaban mucho los picores, pero la única vez que he intentado rascarme metiendo algo fino y alargado por debajo del vendaje, luego me ha dolido un montón la zona, y eso que lo hice con mucho cuidado. Pero empiezas a rascar y ya no puedes parar. Después de eso he aprendido a ignorar el picor y al poco rato se me pasa. No te rasques, que es peor. De verdad.
Y ya. Espero que la mayoría de estos aprendizajes no me sirvan de nada en un futuro porque no entra en mis planes romperme más huesos. O eso espero, plis.