Cuando estaba intentado quedarme embarazada sólo lo sabían unos amigos que ya son padres desde hace unos cuantos años. Mi amiga me dejó varios libros sobre lactancia y crianza, entre ellos varios de Carlos González, y así fue como descubrí la crianza respetuosa o con apego. Algo traía estudiado de casa, porque siempre he tenido muy presente el trabajo de John Bowlby en mi día a día profesional, ya que pienso que hizo aportaciones muy importantes que siguen estando muy vigentes en el campo de la psicoterapia. Respecto a Carlos González, no comparto al cien por cien las ideas de este pediatra, pero mucho de lo que leí se parecía a lo que me decían mis tripas o mi instinto. Creo que cada madre y cada padre debe criar a sus hijos como cree que es mejor, y no dudo que la gran mayoría de los padres hacen lo que creen que es mejor para sus hijos. Cada uno tiene que buscar aquello con lo que se sienta más cómodo, lo que mejor le sirva a su familia, porque cada bebé y cada niño es un mundo, y cada padre y madre somos diferentes.
Para mí la crianza respetuosa significa sólo (nada más y nada menos) que mi hija se merece el mismo respeto o más que cualquier adulto. Que sus necesidades son igual de importantes que las mías o las de su padre (o las de cualquier otro adulto). Que los niños aprenden a través del ejemplo, no de lo que les decimos. Que mi hija sabe mejor que nadie qué es lo que necesita, igual que yo sé mejor que nadie cuales son mis necesidades, y que ella tiene su manera de expresarlas, que es a través del llanto, principalmente.
Lo que más recuerdo de los libros de Carlos González, es un ejemplo que quiero contar aquí. Es de su libro Bésame Mucho, y me hizo darme cuenta cómo en nuestra sociedad los niños todavía son ciudadanos de segunda. Iba a citar el ejemplo tal cual, pero haciendo caso a mi editor*, mejor lo explico.
El ejemplo habla de Jaime, "un padre tolerante y buen esposo", y Sonia, que "tiene un carácter difícil, nunca obedece y encima es respondona". Cuenta cómo se comporta Sonia con ejemplos como que no se hace la cama, no quiere ni probar la comida que no le gusta, coge dinero sin pedirlo, interrumpe conversaciones y cuando se enfada, llora, grita y se encierra en el baño. Cuenta también que una de esas veces, Jaime tuvo que echar abajo la puerta del baño a patadas. Cuenta una situación concreta en la que Sonia coge unos papeles del escritorio de Jaime, éste le dice que tiene que pedir permiso y ella le contesta mal y le insulta hasta el punto en que él pierde los papeles y le pega un bofetón. Luego reflexiona sobre la necesidad de límites y disciplina en este caso. Pero la cosa tiene trampa. Después pide que se reflexione sobre qué nos parecería si Sonia tuviera diecisiete años. Hasta ese momento todos hemos asumido que Sonia era una niña pequeña (sobre siete años, dice el autor). Si fuera adolescente, el comportamiento de Jaime ya no parece tan aceptable. Raya en el maltrato. Pero el ejemplo va más allá y nos pide que pensemos qué nos parecería la situación si Sonia tuviera veintisiete años y fuera la mujer de Jaime. En ningún momento ha dicho que fuera su padre, lo hemos asumido por el comportamiento y la dinámica que muestran. Si fuera su mujer a casi nadie le parecería tolerable ese comportamiento con ella, por mucho que Sonia sea difícil y respondona. Termina el ejemplo reflexionando sobre la mayor tolerancia que existe en nuestra sociedad a la violencia ejercida hacia los niños.
Este ejemplo me dio para unos cuantos momentos de reflexión. Desde que lo leí, cada vez que me planteo cómo criar a mi hija, cómo tratarla, cómo actuar con ella, pienso en cómo lo haría con mi marido, por ejemplo. No dejaría que Dani se hiciera daño a sí mismo, o cuando hace algo que me molesta o no me gusta, se lo digo o le pido que no lo haga. Igualmente, cuando Dani me pide algo (aunque sea tan nimio como un beso, un abrazo o estar con él) se lo doy de buena gana si está en mi mano, porque quiero que esté bien y hacerle feliz. Así que con mi hija no puedo hacer menos, aunque lo que me pida sea estar conmigo, tenerla en brazos, mimos o juegos, si puedo se los voy a dar sin dudarlo, sin pensar que la estoy acostumbrando mal, porque son sus necesidades y son tan importantes como las mías o las de su padre.
Está claro que con los bebés no se puede razonar, porque no lo entienden. Pero aunque hasta cierta edad, dos o tres años, las cosas tienen que ser como los padres decidimos, sin razonamientos o negociaciones, es importante pensar hasta qué punto ejercemos nuestra autoridad por el bien de nuestros hijos o sólo "para que no se nos suban a la chepa", o autoridad por autoridad. Hay que tener en mente que nuestros hijos nos quieren incondicionalmente, y lo que más desean es estar con nosotros y hacernos felices, exactamente igual que nosotros con ellos, con nuestras parejas, familia o amigos íntimos.
*Y maridito sexy.