Del arte de la crispación.
Si de algo me está sirviendo esta cuarentena, tanto a nivel personal como profesional, es para confirmar que es mucho más fácil mirar para fuera que para dentro. Esta reflexión la estoy teniendo de forma muy intensa desde el principio del confinamiento. Es algo que con mucha frecuencia intento transmitir a los pacientes cuando hacen terapia: Es muchísimo más fácil enfadarse con los demás que con uno mismo, es mucho más sencillo poner el foco en los demás que en ti mismo, mirarnos por dentro y vernos tal y como somos nos suele producir miedo, rechazo, dolor, si no estamos acostumbrados a hacerlo.
La primera vez que tuve este pensamiento fue en los primeros días del confinamiento, cuando algunas personas que sigo en IG, que son de fuera de Madrid, compartían fotos de atascos un viernes por la tarde, echando pestes como si los madrileños fueran los únicos culpables de lo que estaba pasando. Luego resulta que el atasco había sido en una carretera porque había un accidente, pero era mucho más fácil volcar toda la rabia y la frustración de lo que estaba pasando con los madrileños, y que les encierren a todos en casa. Fueron muy famosas las imágenes de la Pedriza el primer fin de semana de confinamiento. También pasó más tarde con barceloneses que se iban a la Cerdanya, los vascos que se iban a Cantabria o los sevillanos que se iban a Cádiz. Mira, al final hemos acabado encerrados todos en casa.
También me ha ocurrido en las dos o tres primeras semanas, cuando una amiga se quejaba en un grupo de guasap de lo mal que lo hacían sus vecinos, de que todo el mundo estaba en la calle, de que la gente salía de paseo. Ha sido también noticia los policías de balcón, increpando a todo aquel que pensaban que estaba incumpliendo. Hasta el punto de increpar a trabajadores esenciales que iba a o volvía de trabajar o plantear el marcar a las personas con TEA (con una muñequera azul) para que no tuvieran que aguantar insultos de los demás. Mi pensamiento era ¿y de qué te sirve fijarte en los que lo hacen mal? Para sentirte frustrada, para sentirte tonta porque ellos son unos "listos", para enfadarte y estar crispada. ¿Acaso puedes controlar lo que hacen los demás, por mucho que creas que lo están haciendo mal? Seguramente no. A día de hoy sabemos que casi todo el mundo lo está haciendo bien.
La última situación en la que he tenido estos pensamientos ha sido el domingo, con el desconfinamiento de los niños. Tres o cuatro fotos y un par de vídeos que han sido virales, mostrando lo malos que son los padres y las madres, lo mal que lo están haciendo, y tuiter ardiendo en llamas contra ellos, vomitando toda su rabia y su odio (como de costumbre). Que sí, que siempre va a haber quien lo haga mal, que siempre está quien se cree más listo que los demás por saltarse las normas, y más en este país donde está tan ensalzada la "picaresca". Las cuestiones son: ¿De qué me sirve a mí fijarme en esas personas que lo hacen mal? ¿Cómo me hace sentir? Y lo que es más importante, si no estoy pendiente de los demás, ¿cómo me siento? Porque lo mismo la cuestión está ahí, que prefiero estar enfadada con los demás a sentirme triste, sola, aburrida, nerviosa...
Esta situación nos está dando una buena oportunidad de conocernos mejor, de empezar a aceptar cómo somos, de entender las cosas que nos gustan y las que no de uno mismo, de aprender a convivir con nuestras emociones y a gestionarlas, de querernos un poco más. No la desperdiciemos estando constantemente enfadados con los demás, intentando cambiar o controlar situaciones que no podemos cambiar ni controlar, estando mas pendientes de los demás que de nosotros mismos. Seamos más responsables de nuestros actos, en lugar de juzgar a los demás de forma indiscriminada.
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