Barcelona
Parece mentira lo rápido que se pasa siempre lo bueno. En este caso han sido cinco días de vacaciones en la Ciudad Condal. No me imaginaba que Barcelona era tan bonita, así que me ha gustado un montón. Es muy diferente de Madrid. Barcelona es más cosmopolita, más moderna, pero más cerrada. Madrid es más campechana, para lo bueno y para lo malo. La verdad es que en cinco días no da tiempo a casi nada. Me he hecho una ligera idea: el barrio gótico, el Ensanche, el Borne, el puerto, las Ramblas, el parque Güell... No, no nos ha dado tiempo a mucho.
Creo que lo que más me ha gustado ha sido el barrio gótico. Si viviera en Barcelona me pasaría la vida allí, como ahora me paso la vida en el centro de Madrid. Ningún día nos hemos quedado sin paseíto por sus calles estrechas, descubriendo un sitio nuevo donde tomar algo, una tienda nueva en la que curiosear, un edificio nuevo que te gusta, un nuevo monumento humano... La catedral por dentro es impresionante. Por fuera no lo sé porque estaba tapada por un andamio, como me pasa siempre que voy de turismo a algún sitio. Y todas la callejuelas que la rodean son para perderse y no encontrarse más. Aunque mejor todavía es Santa María del Mar. Es una iglesia completamente gótica, con mucha unidad y preciosa de verdad. Entrar en ella impresiona, porque no te esperas esas vidrieras y esas formas alargadas hasta el infinito (y más allá). También está todo lo relacionado con Gaudí y el Modernismo: la manzana de la discordia, la pedrera, la Sagrada Familia, el parque Güell, el Palau de la Música. Es increíble la imaginación y la creatividad que tenía en el cuerpo ese hombre. El único recuerdo que he comprado ha sido una lámina de la casa Batlló (y no he traído nada para nadie más).
Lo que menos me ha gustado ha sido que en Barcelona no saben lo que es ir de cañas, y mucho menos lo que son los pinchos o las tapas. Puedes tomarte un vinito en cualquier sitio, pero no esperes que te pongan ni un plato de aceitunas. Y si pides una caña, a parte de una cara rara, te pondrán por lo menos medio litro de cerveza. Tampoco me ha gustado que nos tuvieramos que meter el coche por el ojete, y lo caros que son los parkings, pero eso pasa en cualquier ciudad grande. Hablando de cosas malas, en contra del tópico, nadie nos ha hablado en catalán, y casi nadie lo iba hablando por la calle, aunque supongo que es lo que tiene ir por los sitios turísticos de una ciudad. Gastronómicamente hablando no hemos probado mucha variedad de platos catalanes: la butifarra, que me pareció igual que las salchichas de carnicería pero un poco más grande; la fideuá, que estaba buenísima, con y sin all i oli, y poco más. Y mencionando la comida, me parece casi imprescindible darse una vueltecilla por el mercado de la Boquería, aunque sólo sea para alucinar con los puestos de fruta.
Un día nos hicimos una pequeña excursión a Sitges. Es un pueblo muy bonito, aunque tiene la mayor cantidad de tiendas de ropa y zapaterías por metro cuadrado que he visto en mi vida. Creo que tiene fama de ser un pueblo de gays, pero como no se les nota en la cara pues no sé qué decir al respecto... mucha tienda de Dolce&Gabanna sí que había. No estaba muy animadilla la cosa, así que supongo que habra que volver a visitarlo en verano, cuando esté en plena ebullición, porque tiene pinta de ser un poco del estilo de Conil de la Frontera.
El Barcelona nocturno no lo hemos conocido mucho, quitando el primer día que nos metimos de cabeza en el barrio chino (sí, así somos de listas...) buscando a Fliclirr (un famoso delincuente juvenil de BCN), así que tendremos que volver a comprobar la buena fama que tiene. Prepárate Barna: volveremos.
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