De curas, poesía y golondrinas.
Hoy, por circunstancias familiares, he asistido a una misa. Madremía qué suplicio. Hora y media que si levántate, siéntate, ahora todo el mundo se santigua y yo no, luego todo el mundo dice "amen" o "...y con tu espíritu" y yo miro a las musarañas, después le dan la hostia a casi todos y yo ahí sentadica pensando en si me daría tiempo a salir de cañas... Todo esto aguantando la risa cada vez que me acordaba de Joaquín Reyes hablando sobre curas. Y eso que el viernes no fui a verles, a él y a Ernesto Sevilla, a Galileo (me estoy quitandooooooOOOooooo... solamente me pongo envéh encuando). Al pobre cura que me ha tocado escuchar hoy se le iba un poco la pinza (no debía tener muy preparado el monólogo) e, inexplicablemente, también ha hablado del amor, y eso que no estábamos una boda (duda existencial que comparto con Joaquín).
También me perdí ayer el conciertillo de Deluxe en la Fnac. Pero todas estas circunstancias no han podido conmigo porque, como ya anunciaba Bécquer: han vuelto las oscuras golondrinas. Y esto es algo que me pone de muy buen humor. Aunque, hablando de poetas, yo siempre he sido más de Pedro Salinas (con dieciséis años me gustaba este poema, pero ya no significa mucho; ahora tiene más sentido ésta o la de Bécquer, mismamente). Vale, nunca he sido muy de poesía, aparte de las desgarradoras y liberadoras rimas que escribe toda adolescente sobre los primeros amores no correspondidos y esas cosas... Me llama más la narrativa que la lírica.
Pero a lo que yo iba es a los pajarracos mismos, no a la poesía. Oir sus chillidos estridentes por la mañana o por la tarde me recuerda que ya falta menos para que llegue el verano, el calor y el sol (siiiiiií... cuarenta grados ya, por favor). Si está claro que yo tenía que haber nacido en una latitud más tropical, coño.