Saben aquél que diu...
...que una noche, de repente, de la forma más inesperada, tu hija duerme ocho horas seguidas. Muy inesperadamente, porque te costó dormirla un montón y al final cayó a las diez y media. Y tú te acuestas a las once y pico, como todos los días. Y a las cuatro y media te despiertas, miras el reloj, y piensas qué raro que no se haya despertado todavía, a ver si aguanta media horita más... Y te vuelves a despertar a las seis y media, miras el reloj y no te lo crees. Miras que la niña sigue en su cuna, y como no ha cambiado de postura, la tocas a ver si respira y está bien. Tu marido te pregunta que qué pasa, que si no se ha despertado aún y os miráis en la cama con una mezcla de felicidad y estupor. Y ya la niña se despierta y dice que tetita, que lleva muchas horas sin comer. Bueno, o es lo que se interpreta de sus quejas.
Y ese día mola, te las prometes felices, imaginando un mundo en el que vuelves a dormir del tirón toda la noche, con una bebé que es una bendita a tu lado en su cuna, durmiendo como un tronquete. Pero la noche siguiente (y todas las subsiguientes) la realidad te abofetea en la cara y te espeta pringá, que te lo has creído. Y sigues durmiendo a ratos, con despertares cada cinco, cuatro, tres o dos horas. Unas noches dos veces y otras cinco o seis (esas noches que se pierde la cuenta). Unas noches se despierta, come y sigue durmiendo, y otras se desvela a las cuatro durante un par de horas...
Y caes en la cuenta de que sigues siendo la madre de una bebé de cinco meses, y que lo normal es eso, que se despierte, unas noches más y otras menos. Y que lo de dormir toda la noche no va con la mayoría de los bebés lactantes. Aunque algún día llegará.
Y será tan bonito cuando llegue...
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