De la niña del exorcista (o incidentes caseros de madrugada).
Muero de sueño. Y escribo esto en el tren porque si me pongo a leer se me cierran los ojos.
Esta noche la cosa prometía nada más empezar. Cuando nos metimos en la cama, Dani me preguntó ¿se ha hecho caca la niña? Yo acerqué la nariz al pañal pero fue poco revelador porque tengo una buena congestión. Se acercó él a oler y al parecer no hacía falta meter la nariz en el pañal. Es una de las mayores ventajas de estar acatarrada, ser inmune a la peste de las cacas infantiles. Pero tiene la desventaja también de no enterarte de cuándo ha hecho caca tu hija. Por suerte Dani se levantó a cambiarla y después se durmió enseguida (la niña, no Dani, que también, pero es menos importante), así que no fue tan malo como parecía. En el transcurso de la jugada yo me fui al salón, porque me había tomado una copa de vino con la cena y si la peque me huele, pide teta impepinablemente.
A eso de la una de la madrugada (y a esas horas llevamos ya un par de horas durmiendo normalmente), oí un blurp a mi lado. Me quedé dos segundos pensando qué podía ser cuando se repitió el sonido y me di cuenta que era la chiquinina vomitando. Y ahí empezó la juerga. Le digo a Dani que encienda la luz pero la niña ya ha vomitado en la sábana, el saco de dormir, el pijama, el body y su propio pelo porque estaba boca arriba. La incorporo para que no se atragante con la siguiente arcada y no se me ocurre otra cosa que ponerle la mano para que no manche más la cama. Con la mano rebosante le pido a Dani una toalla y me trae una toallita de bebé... No sé cómo le miré, pero no muy amorosamente. Cuando trae la toalla, la chiquinina parece que ya ha echado todo lo que tenía que echar y me levanto a cambiarle el pijama, el body y limpiarle el pelo. Mientras, Dani cambia la sábana de la cuna e intenta limpiar el saco, cosa que resulta imposible. Nos volvemos a meter todos en la cama.
La chiquinina se quedó como en trance unos minutos, tumbada a mi lado y cogida de la mano, sin pestañear casi. Pero volvió a la carga. Esta segunda vez fui un poco más rápida en sacarla de la cama, pero no lo suficiente, y se manchó el pantalón del pijama y nuestra sábana bajera, así que vuelta a cambiar todo... Todo esto se repitió una vez más, aunque la última ya no hubo que cambiar nada, porque fui bastante rápida en reaccionar (y eso que me estaba quedando dormida) y la peque ya no tenía mucho que echar, la pobre.
Al final, a las dos y pico se quedó dormida acurrucada contra mí, y ya nos atrevimos a apagar la luz e intentar dormir el rato que nos quedaba. La chiquinina hizo la croqueta hasta la cuna y la tapé con una manta y no se ha movido el resto de la noche.
Por la mañana ha tomado teta y la hemos llevado a la guardería, y no me han llamado porque esté mal, así que tiene pinta de que le haya sentado mal la cena y no de gastroenteritis (o cruzo los dedos para que no sea, plis).
Ains, lo que me he acordado de Lorz y sus desventuras con algún incidente parecido. Sobre todo cuando he llegado al trabajo y la mano aún me olía a vómito, después de tres o cuatro lavadas...
Argh.
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