lunes, 18 de diciembre de 2017

Los adorables (y no tan terribles) dos.

Mucho se habla en las páginas sobre infancia y crianza sobre el difícil momento que suele la etapa entre los dos y tres años, los terribles dos, que los llaman. Se supone que el bebé deja de serlo poco a poco, deambula, empieza a hablar y empieza su separación de mamá (o su figura de apego principal). A esta edad el peque empieza a ser una personita, que intenta expresar sus deseos y necesidades, y hacer saber a sus padres qué es lo que quiere. Se supone que por ahí vienen las rabietas: quiere algo diferente a lo que sus padres quieren y lo expresa de esa a manera. También tiene que ver con la gestión de las emociones. Todavía son muy pequeños para saber qué se hace con la rabia y la frustración, con el enfado, con la incertidumbre... Así que cualquiera de esas emociones se puede traducir en una explosión en forma de rabieta. Explicado así da un poco de miedo, pero para nosotros no ha sido para tanto.

Supongo que una parte importante tendrá que ver con la forma de ser de la chiquinina. Ella es bastante tranquila y no suele tener mucha necesidad de autoafirmarse. Es verdad que es bastante cabezota y cuando se le mete algo en la cabeza, no hay manera de que sea otra cosa. Pero también nosotros intentamos ser flexibles y negociar. Hay cosas que no se pueden negociar, está claro, pero intentamos relativizar bastante la importancia de ciertas cosas y si merece la pena que ella tenga un berrinche.

Dicho lo cual (que no sé si es por su forma de ser, por nuestra forma de llevarla o por una mezcla de ambas), tengo que decir que está siendo una de las mejores fases de la crianza. Sigue teniendo su punto de bebé y de querer estar pegada a mamá a ratos, lo que hace que no lo eche tanto de menos, pero también es infinitamente más fácil ahora que cuando era bebé. Se la puede llevar a cualquier sitio y a ella le encanta ir a todas partes con nosotros, come de todo, se entretiene ella sola bastante rato, si se tiene que quedar con los abuelos o la abuela no pone problemas, puede expresar perfectamente lo que quiere y cuando se lo explicamos entiende las cosas que van a pasar y se salen de lo normal, tiene una rutina diaria pero no le cuesta mucho si nos la saltamos. Y lo mejor de todo es que es muy divertida. Es un lorito con el que me encanta hablar y tiene unas ocurrencias que te partes de risa. Es increíble volver a descubrir el mundo a través de sus ojos y su inocencia. Nos lo pasamos genial los tres juntos y nos reímos mucho.

En definitiva, que está (y es) adorable. Diría que me encantaría que se quedase así, en esta etapa tan bonita, pero también lo pensaba cuando era más bebé, así que supongo que lo que está por venir también puede ser estupendo.

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