martes, 4 de junio de 2013

Pensamientos de una recién casada.

Digo recién casada porque once meses después todavía me considero en ese estado. Cuando me iba a casar creía que no iba a cambiar nada en nuestra relación, pero algo sí que ha cambiado. En esencia estamos igual, nos llevamos muy bien y sigo pensando todas esas moñadas que pensaba hace unos años... Pero a lo mejor el “efecto recién casados” sí que es real, cuando yo pensaba que era un mito. Por un lado nos noto más ñoños que de costumbre (y ya es complicado). Por otro lado, el que yo haya empezado a currar en horario de tarde hace que no veamos mucho menos y los ratos que estamos juntos nos apetece mucho estarlo (o por lo menos a mí). Me gusta mucho que todas las noches, cuando llego de trabajar, le pille liado en la cocina preparando la cena.

También me ocurre que, desde que nos casamos, pienso más en el futuro. En las cosas más a medio-largo plazo. En los planes que podemos hacer. En los sitios que nos quedan por ver. En lo que nos surgirá en un tiempo. No es que esté planificando mi vida al detalle, sino que me hace ilusión que vayamos a tener una vida en común a largo plazo. Pienso en nosotros dentro de unos años y me hace feliz el mero hecho de imaginarnos un poco más mayores, pero juntos. Sólo eso ya me hace sentir muy bien.

La convivencia cada vez es más fácil. He aprendido a ser más tolerante con el orden y la limpieza y él ha puesto de su parte y hace el esfuerzo de que algunas cosas que no ha hecho nunca pasen a ser costumbre. La nueva casa no ayuda mucho (más espacio y más cosas para limpiar), ni tampoco mi horario que no me llega el tiempo para hacer nada, pero en los últimos meses parece que hemos llegado a un punto de equilibrio bastante bueno.

La mudanza también ha ayudado a esa sensación de “una vida en común”. Aunque sólo sea por la cantidad de cosas que hemos comprado, las visitas al Ikea, las indecisiones, las comparaciones, las decisiones... Me da la sensación de que en los últimos meses hemos estado construyendo nuestro hogar. Y es raro porque ya lo hicimos hace tres años, cuando nos fuimos a vivir juntos. Pero este cambio de casa me ha generado esa sensación más intensamente.

No digo que todo haya sido un camino de rosas desde la boda, que nuestros malos momentos también los tenemos. Son pocos, pero son como las meigas, haberlos haylos. Lo que sí puedo decir con toda seguridad, es que han sido unos meses de mucha serenidad y calma, al menos para mi.

Y es que es fácil sentirse así conviviendo con una persona que tiene un trato tan fácil, que se preocupa tanto por mí, que me hace feliz, que siempre tiene una sonrisa o un beso o una broma dispuestos, que me escucha mis necesidades, que me valora, que todos los días me dice una cosa bonita, que me hace sentir muy querida y a la que quiero un montón. Que tampoco es perfecto, no. Tiene sus cosillas. A veces. Pero yo tampoco soy perfecta y él entiende mis defectos y es tolerante con mis fallos, así que yo intento lo propio con él.

Y que me ha salido un post muy moñas, pero hacía tiempo que no escribía moñadas, y mi maridito se merece eso y mucho más :)

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