jueves, 24 de septiembre de 2015

Saben aquél que diu...

...que una noche, de repente, de la forma más inesperada, tu hija duerme ocho horas seguidas. Muy inesperadamente, porque te costó dormirla un montón y al final cayó a las diez y media. Y tú te acuestas a las once y pico, como todos los días. Y a las cuatro y media te despiertas, miras el reloj, y piensas qué raro que no se haya despertado todavía, a ver si aguanta media horita más... Y te vuelves a despertar a las seis y media, miras el reloj y no te lo crees. Miras que la niña sigue en su cuna, y como no ha cambiado de postura, la tocas a ver si respira y está bien. Tu marido te pregunta que qué pasa, que si no se ha despertado aún y os miráis en la cama con una mezcla de felicidad y estupor. Y ya la niña se despierta y dice que tetita, que lleva muchas horas sin comer. Bueno, o es lo que se interpreta de sus quejas.

Y ese día mola, te las prometes felices, imaginando un mundo en el que vuelves a dormir del tirón toda la noche, con una bebé que es una bendita a tu lado en su cuna, durmiendo como un tronquete. Pero la noche siguiente (y todas las subsiguientes) la realidad te abofetea en la cara y te espeta pringá, que te lo has creído. Y sigues durmiendo a ratos, con despertares cada cinco, cuatro, tres o dos horas. Unas noches dos veces y otras cinco o seis (esas noches que se pierde la cuenta). Unas noches se despierta, come y sigue durmiendo, y otras se desvela a las cuatro durante un par de horas...

Y caes en la cuenta de que sigues siendo la madre de una bebé de cinco meses, y que lo normal es eso, que se despierte, unas noches más y otras menos. Y que lo de dormir toda la noche no va con la mayoría de los bebés lactantes. Aunque algún día llegará.

Y será tan bonito cuando llegue...

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