lunes, 12 de noviembre de 2007

De ciclos y rutina.

Esta mañana he estado en el centro con Mari comprando los regalos de cumpleaños de Chusa y Vane. También estuvimos el sábado por la tarde, con Dani, pero no triunfamos ná de ná. Ya están puestas las luces de Navidad y la gente hace laaargas colas para comprar lotería de Navidad en Doña Manolita y en esa administración de Sol que tocó el año pasado. Ya están montando cortilandia y en la tele nos bombardean con anuncios de juguetes. En cualquier supermercado ya están a la venta los turrones y mazapanes.

Es que ya no hay vuelta atrás: ya está aquí la Navidad. O eso quieren que pensemos.

Pero hoy no quiero hablar de la Navidad. Ya dará para otro post más adelante. Me he dado cuenta que me quedan dos meses escasos para el examen. Y eso me acojona un poco. No sé que tal encajará mi moral el tercer fracaso consecutivo. Ya lo tengo medio asumido (si Mari me oye decir esto me cuelga de las orejas). Ya lo sé: las cosas si se hacen, se hacen bien. Hacerlas pa' ná es tontería. Pero este año soy más realista que los otros. Supongo que lo encajaré bien, como siempre. Porque leyéndome aquí, sin conocerme, puede parecer que soy la persona más happy del mundo, y que todo me sale a pedir de boca. Eso no existe. Cada uno pasa sus bajones, sus fracasos y sus malas rachas como buenamente puede. Y yo me los suelo quedar dentro, y no se suele enterar más que la gente que me conoce muy bien.

Pero tampoco quiero hablar de malas rachas. No me apetece ponerme negativa (siempre positiffa). Hoy, por la Navidad también, me ha inundado plenamente esa sensación de saber que la vida es totalmente cíclica y rutinaria. No me importa, es más, no me molesta. Casi me agrada la rutina. Es la única forma que existe de que haya cosas inesperadas en tu vida. Lo cíclico y lo rutinario me inspiran seguridad. Supongo que ya he asumido que esto es la vida: una sucesión de días que parecen iguales. Lo difícil es darse cuenta que no son iguales, que cada día tiene algo, por pequeño que sea, que merece la pena. O que lo hace diferente. Aunque a veces es para mal.

Nada, que no hay manera. Parece que estoy depre, pero no. Estoy trascendental. Hoy mis dedos parecen poseídos por el espíritu de un existencialista pesado, así que lo voy a dejar por imposible.

Por cierto, ya me gustaría que todos los fines de semana fuesen tan rutinarios como este. Creo que pagaría por ello y todo.

PD: Un poco de Rock para hacer el lunes aún mejor.

¡A mover esos panderos perpetuamente pegados a la silla! Que parecemos Enjuto, leñes.

2 comentarios:

Quico dijo...

A veces la rutina nos come, aunque de vez en cuando no está nada mal, como tú dices da seguridad. Hay que encontrar el placer en las cosas pequeñicas de todos los días para no aburrirnos, que las hay a cascoporro pero no se qué hacemos que no las vemos o no las queremos ver.

Ay! Qué bonica que es la teoría...

Venga, mucho ánimo!!

Ana dijo...

Supongo que me gusta la rutina porque soy demasiado vaga para estar reinventado mi vida a cada paso. Así que me conformaré con las cañejas en buena compañía y ver a los chanantes los miércoles, que son cosas pequeñicas pero dan mucho placer :)

Talueguito!